Irene González: Ensayos sobre la memoria y sus cenizas
Sostiene Didi-Huberman que no es posible hablar de imágenes sin hablar de cenizas, de ahí que el archivo tenga una tonalidad gris, pues está hecho con los restos de todo lo que ha ardido. Las obras de Irene González parecen interrogar ese pasado consumido por las llamas a través de un repertorio de personajes aislados que nos remiten a un pasado distante, cuyo rostro ha sido escamoteado, parcialmente recortado o disuelto en un espacio indefinido, jugando con las luces y sombras. Sus composiciones, configuradas con gamas de grises, blancos y negros, nos trasladan la memoria de una lejanía a la que no se puede acceder si no es por medio de la imaginación, esto es, la facultad de invocar un tiempo otro que, como una aparición, apenas se revela por un instante, como una llama.
El suyo es un ejercicio de búsqueda personal a partir de lo ajeno, dado que la identidad es una ficción que solo se puede reconstruir en forma de fragmentos y siempre con arreglo a los demás. Por esta razón, la presencia de estos seres en fuga se manifiesta como un espectro en medio del vacío, situándose en esa frontera en la que están a punto de disolverse, quizá por esa fragilidad que se produce en las imágenes al entrar en contacto con lo real.